jueves, 9 de julio de 2009

ECLIPSE

Ahí está. Sin la revelación de las vísperas, sin el misterio de los preludios. Está en todos lados, volátil, persistente e infame. Pocas cosas, a pesar de la recurrencia y exactitud con la que se presenta, logran ser tan inquietantes y conmovedoras para mí.
Aquí y ahora, en todo el afuera y en toda mi conciencia. Es el día, ese mismo día una y otra vez. Pocos signos necesito para que se me revele, es un día que comienza diáfano y cálido, o templado mas bien. Una temperatura por algún motivo inexplicable y misteriosa, tal vez porque se sucede en cualquier estación del año y en momentos en que se espera normalmente otro comportamiento del cosmos y sus cuerpos. Tal vez por cierta impresión de humedad densa, dominante y aplastante, o la luz, tal vez la luz, la forma en la que el sol se impone con alguna frecuencia espectral más centellante que lo habitual, diferente. No lo se, es tan distinto a cualquier otro día. Ciertamente no lo se, pero se me anuncia en mis carnes, en mis huesos, aun sumido en el estado de menor conciencia que pudiera alcanzar, todo mi cuerpo sospecha inexorable esta aparición. Padece esta visita.
Es inevitable de igual modo, viajar consternado hacia atrás, me rapta, me exige comprobar y revivir sensaciones pasadas. Sentimientos que una y otra vez, con cada sofocante presencia, afloran y se multiplican para recordarme que llevo conmigo no tan solo aquello que puedo evocar vivamente a mi antojo. Decenas de sensaciones, relatos, imágenes y sonidos, emociones tan vivenciadas como lejanas.
Es el día del eclipse matutino, fenómeno presagiado que tiñe de un cursi ámbar las paredes del aula e irradia a mi primera enamorada, sus labios, sus ojos, el movimiento de sus jóvenes y frágiles manos. El rencor sostenido en la mirada del primogénito, la turbina que desgarra el cielo y un adiós que será siempre un adiós. La fatalidad de un domingo de verano. Un aborto. Su ausencia. Su presencia.
Está en mí, en mi alrededor y no puedo soslayarlo, mi cuerpo y ya no solo mi conciencia, comparte sintonía con este fenómeno y se dinamizan en un dialecto que perdurará hasta su fin, siempre es de esta manera, un día en mi historia que me asalta y somete a sus recuerdos.
Homenaje a mis pasiones, mis miserias, mi rencor y pena.
-La puta! Pienso, me duele la cabeza, y no se va a pasar, están en sintonía y lo estarán el resto del día. Todo intento de concentración es vano, aprendí a no librarle batalla, me rindo ante el impiadoso una y otra vez. Secretamente confío en que cierta revelación venga a allanar el misterio y ponga providencialmente las cosas en su lugar, pero no, nunca ocurre.
Es el día que me supe traicionado. El rencor y su sentencia. El abandono. La mano de Dios y los saltos al cielo. Dos esposas de blanco. Tres familias de negro, un cajón. Entender la muerte, negar a Dios. La bicicleta nueva, el vértigo. Un primer uniforme. Una lancha y su aceite. No hacer pie. Un fracaso recurrente. Barriletes.
-La puta! Con las manos en el rostro. Nuevamente, como cada vez, y como purgando una condena sádica y ritual, evoco aquella omitida veces anteriores, sumo una mas al inventario agrio y casi siempre pernicioso para tener así una versión mas pulida, mas completa y acabada de lo que fui y de lo que por algún motivo me conforman de una manera indeleble.
Es el día que no me perdoné.
Y no hay revelación, tampoco esta vez.
Una larga pitada y las estrellas en lo alto.