martes, 10 de octubre de 2023

RECUERDO

Supieron completar llenas de gesto y color, discursos amables y variopintos. Liturgias de seducción, de afán con gentileza y euforia.

Dirigieron cadenciosas sinfonías de miradas, fugaces y anónimas.

Ahora solo pueden sostener, con fragilidad y desuso frases sueltas, borrosas e inconclusas. Ya no sirven, mis manos.

Nostálgicas y piadosas, sostienen estas fotos, escriben estas notas.

Anuncian el final.

martes, 19 de septiembre de 2023

ALBOROTO

No me alcanzará la noche para recorrerte.

Me caigo en la mitad, o antes... no sé.

Te será fácil, lo harás de inmediato,

un suspiro me absorberá, seré también tuya.

 

Yo desnuda, vos desnudo, no podré terminarte.

No me animo a recorrerte, me caigo en la mitad,

me arruinaré antes de aferrarme.

Adivino que no podré retenerte, que de tan desnudos

no podremos aferrarnos.

Que yo no pueda y vos no intentes.

 

Te será fácil, flotas, saltas, aplomo.

Reboto, repiqueteo, comienzo, termino

y otra vez más y siempre así…

Un suspiro me apagará, no seré tampoco tuya.

 

No me animo a recordarte, me ciego en la mitad,

me arruinaré antes de olvidarte...

y otra vez más y siempre así.

lunes, 18 de septiembre de 2023

HABRÁ SIEMPRE Y CADA VEZ...


Para Denise - Jardín Sala Naranja /
Día del Maestro 2023
Villa Devoto - Buenos Aires

 

Habrá siempre y cada vez, en todo rincón de tierra suelta, las “cultivantes”.

Tienen por destino, lo que a simple vista parece “cultivar”, sin otro fin que darse, Denise es una de ellas.

Con el comienzo de cada ciclo, las “cultivantes” se preparan para hacer en su tierra virgen lo que luego será verde y germinado territorio.

Las “cultivantes” llevan consigo, apretaditas al calor de su pecho, todas las semillitas que les fueron repartidas durante los cálidos soles de febrero. Son ahora sus semillas y tendrán por delante el desafío de una nueva temporada regada de tropiezos, colores y victorias.

Denise no sabe de donde provienen sus semillas, no sabe de sus orígenes, tampoco conocerá el devenir distante de sus formas, sus texturas ni su follaje. Pero eso sí, sueña que sabe que buena parte de aquel destino, depende de su hoy, del calor de sus manos, de la gracia de su labranza y del riego de cada mañana. Sabe que sueña que ésta semilla que hoy siembra para siempre, grabará en su memoria de brote, la razón del árbol que será.

Toda semilla es única, nunca las hay iguales. Ella lo sabe. Algunas son redonditas y suaves, otras jaspeadas, unas duras y chatitas, otras frágiles, de colores intensos, ásperas y opacas.

Tampoco los días serán iguales. Cada semillita necesitará su tiempo, su porción justa de sol, de rocío. Lo sabe también. Necesitarán además el abrazo de todas las brisas posibles, el aliento silencioso de las nubes y el nutriente mañanero incesante y mesurado.

Sobrarán los días malos, esos hostiles y desalineados. Pero Denise, como todas las de su tipo, tiene sus métodos, sus dotes de hada. En silencio, día tras día y detrás de sus inmensos cristales de ver de amor, atrapa todos, todos, los destellos de sol que caen en su encendida mirada y los guarda allí, apretujados y amables, esperando el acecho de esos días bravos, de frío, de vientos y gotitas. Cuando aparezcan, entonces por fin, desparramará ágil todo aquel fulgor atesorado, cubriéndolo todo de luz, domando con fiereza cada tempestad que amenace el cobijo de cualquiera de sus brotes. La victoria será suya, la recompensa de todos.

Las “cultivantes” no disponen de grandes herramientas, no cuentan con azada alguna, apropiados trajes ni buena paga. Llevan como todo instrumento, sus manos, sus labios en canción, sus caricias y algunos saberes atávicos que, como mantras en eco, tallarán la madera que aún no se forma, sin otro fin que darse.

Cuando la primavera transite, el año y su temporada llegarán a su fin y esos brotes que ya son hojas, que ya son tallos, amuchados en recital de sonrisas y polen, aguardarán el comienzo de un nuevo ciclo, al pulso de la próxima “cultivante”, que hará con lo que antes fue semilla y luego tallo, ahora tronco, que hará rama, que será abrazo, que dará frutos, para comenzar siempre y cada vez, sin otro fin que darse.

martes, 4 de julio de 2023

RETRATO DE ANGUSTIA



A pocas cuadras de casa, camino a cualquiera de las cosas que emprendo, me acechaba una escena inesperada.

Toda la vereda, el largo de dos frentes, incluso desbordando un poco el cordón, regada de lo que a simple vista parecía basura, papeles y algunos desperdicios. Al andar descubrí que se trataba de recuerdos. La vereda sembrada de fotografías y papeles que parecían cartas o notas. El primer impulso fue detenerme y observar, pero un pudor natural me lo impidió, no me rendí y decidí al menos arrastrar el paso.

Serpentee la escena con la mirada como atrapando todo lo que pudiera revelarse familiar. En una de las copias, se veían dos chicas, jóvenes, de unos veintis. Juntas, posando sin pretensiones para el fotógrafo de turno, no se distinguía mucho el contexto. Podría tratarse de un cumpleaños, ambas un poco apartadas del resto, o en un rincón de la casa de una de ellas posando una tarde de estudios, o quien sabe. No se veían como las selfies, no tenían esos colores, ni esas perspectivas ruinosas ni mucho menos las expresiones forzadas. Era una foto de las que yo mismo puedo tener. Yo mismo podía estar en esa foto. Yo tenía también ese aspecto, mi ropa pudo ser compañera de vestuario de esas ropas. Sentí tristeza. Que esa foto me resultara tan anónima y que yo lo fuera también para esas miradas expectantes, se me presentaba desolador, casi violento. Tres pasos más adelante, la otra, blanco y negro. Añosa y veraniega capturaba la sonrisa de la pequeña en la orilla espumosa de unas aguas. Arena y aquel casino icónico me ubicaban en el lugar. El tiempo era una incógnita, pero creí ver esas ropas de baño y ese resplandor inocuo en la piel en álbumes familiares, con abuelos y tíos abuelos.

Se me hizo corto el recorrido y mi destino me esperaba tres cuadras adelante. Sin embargo, pensé en la vuelta. Varias horas después haría el mismo recorrido pero esta vez más atento al tesoro. Volví expectante.

No pudo ser, no sé si fue el viento o los artesanos de la basura, habían diezmado la escena. Solo se veían montoncitos de imágenes a color, papeles y algunas ropas tan amontonadas que la teoría de figura-fondo carecía de aplicación.

Recuerdos. Lo fueron de alguien, para mí solo la huella fugaz de una felicidad ajena.

¿Quienes serían esas personas, que habrá sido de ellas? ¿Habrían decidido deshacerse de todo eso o fue el descuido de alguien?

Entendí que despojarse de todo aquello significaba también deshacerse del momento en que esos recuerdos saltan a una mesa para amontonar a todos a su alrededor y respaldar fielmente las anécdotas detrás de cada uno de ellos, de sus lugares, de sus protagonistas. Estos que me resultaron tan anónimos.

Sentí la angustia. Un impulso de querer reparar todo lo sucedido en esta escena. Juntar todo, encontrarlos, presentarme y ofrecerles esa mesa repleta de historias y carcajadas. Dejar de ser anónimos.

Y si acaso todo eso pareciera ridículo, todo eso fuera un sinsentido imposible de abordar. Si acaso efectivamente hubieran decidido deshacerse de su cofre de recuerdos, en ese caso yo tengo también mi propia mesa. Tenemos a mano nuestra propia caja repleta de tesoros, tenemos dispuesto ese amontonamiento de carcajadas que amanecen historias de todos los tiempos. Los tengo y no somos anónimos.

miércoles, 28 de octubre de 2009

POLAROID


Esperá esperá – suplicó en grito desgarrado y urgente.
Dejame llevar un último recuerdo...
Tan lúcido de vida como azotado de muerte.
El otro, contrariado, desplomó su brazo, apuntó ahora al suelo girando hacia su colega que repasaba con gestos discontínuos y airados el plan de fuga. Con menos piedad que desconcierto, hizo la pausa.
Se supo, en una secuencia de imágenes fractales y estridentes, en el oscuro umbral de lo eterno y la nada. Un bramido visceral, imaginario y creciente hilvanó las imágenes que brotaban en lejanía, para detenerse sordamente ahora, en los ojos de su pequeño, enormes como el sol y tan blanco como la luna.
Poseído de inmensidad apretó sus puños vacios como queriendo abarcar y atesorar por siempre aquellas imágenes, las repasó con prisa otra vez y el silencio previo. Campanas.
La descarga del final destiño los rostros, el bramido fue suspiro y el puño se hizo viaje.

miércoles, 14 de octubre de 2009

jueves, 9 de julio de 2009

ECLIPSE

Ahí está. Sin la revelación de las vísperas, sin el misterio de los preludios. Está en todos lados, volátil, persistente e infame. Pocas cosas, a pesar de la recurrencia y exactitud con la que se presenta, logran ser tan inquietantes y conmovedoras para mí.
Aquí y ahora, en todo el afuera y en toda mi conciencia. Es el día, ese mismo día una y otra vez. Pocos signos necesito para que se me revele, es un día que comienza diáfano y cálido, o templado mas bien. Una temperatura por algún motivo inexplicable y misteriosa, tal vez porque se sucede en cualquier estación del año y en momentos en que se espera normalmente otro comportamiento del cosmos y sus cuerpos. Tal vez por cierta impresión de humedad densa, dominante y aplastante, o la luz, tal vez la luz, la forma en la que el sol se impone con alguna frecuencia espectral más centellante que lo habitual, diferente. No lo se, es tan distinto a cualquier otro día. Ciertamente no lo se, pero se me anuncia en mis carnes, en mis huesos, aun sumido en el estado de menor conciencia que pudiera alcanzar, todo mi cuerpo sospecha inexorable esta aparición. Padece esta visita.
Es inevitable de igual modo, viajar consternado hacia atrás, me rapta, me exige comprobar y revivir sensaciones pasadas. Sentimientos que una y otra vez, con cada sofocante presencia, afloran y se multiplican para recordarme que llevo conmigo no tan solo aquello que puedo evocar vivamente a mi antojo. Decenas de sensaciones, relatos, imágenes y sonidos, emociones tan vivenciadas como lejanas.
Es el día del eclipse matutino, fenómeno presagiado que tiñe de un cursi ámbar las paredes del aula e irradia a mi primera enamorada, sus labios, sus ojos, el movimiento de sus jóvenes y frágiles manos. El rencor sostenido en la mirada del primogénito, la turbina que desgarra el cielo y un adiós que será siempre un adiós. La fatalidad de un domingo de verano. Un aborto. Su ausencia. Su presencia.
Está en mí, en mi alrededor y no puedo soslayarlo, mi cuerpo y ya no solo mi conciencia, comparte sintonía con este fenómeno y se dinamizan en un dialecto que perdurará hasta su fin, siempre es de esta manera, un día en mi historia que me asalta y somete a sus recuerdos.
Homenaje a mis pasiones, mis miserias, mi rencor y pena.
-La puta! Pienso, me duele la cabeza, y no se va a pasar, están en sintonía y lo estarán el resto del día. Todo intento de concentración es vano, aprendí a no librarle batalla, me rindo ante el impiadoso una y otra vez. Secretamente confío en que cierta revelación venga a allanar el misterio y ponga providencialmente las cosas en su lugar, pero no, nunca ocurre.
Es el día que me supe traicionado. El rencor y su sentencia. El abandono. La mano de Dios y los saltos al cielo. Dos esposas de blanco. Tres familias de negro, un cajón. Entender la muerte, negar a Dios. La bicicleta nueva, el vértigo. Un primer uniforme. Una lancha y su aceite. No hacer pie. Un fracaso recurrente. Barriletes.
-La puta! Con las manos en el rostro. Nuevamente, como cada vez, y como purgando una condena sádica y ritual, evoco aquella omitida veces anteriores, sumo una mas al inventario agrio y casi siempre pernicioso para tener así una versión mas pulida, mas completa y acabada de lo que fui y de lo que por algún motivo me conforman de una manera indeleble.
Es el día que no me perdoné.
Y no hay revelación, tampoco esta vez.
Una larga pitada y las estrellas en lo alto.