Para Denise - Jardín Sala Naranja / Día del Maestro 2023
Villa Devoto - Buenos Aires
Habrá siempre y cada vez, en todo rincón de tierra
suelta, las “cultivantes”.
Tienen por destino, lo que a simple vista parece “cultivar”,
sin otro fin que darse, Denise es una de ellas.
Con el comienzo de cada ciclo, las “cultivantes” se
preparan para hacer en su tierra virgen lo que luego será verde y germinado territorio.
Las “cultivantes” llevan consigo, apretaditas al calor
de su pecho, todas las semillitas que les fueron repartidas durante los cálidos
soles de febrero. Son ahora sus semillas y tendrán por delante el
desafío de una nueva temporada regada de tropiezos, colores y victorias.
Denise no sabe de donde provienen sus semillas, no
sabe de sus orígenes, tampoco conocerá el devenir distante de sus formas, sus
texturas ni su follaje. Pero eso sí, sueña que sabe que buena parte de aquel
destino, depende de su hoy, del calor de sus manos, de la gracia de su labranza
y del riego de cada mañana. Sabe que sueña que ésta semilla que hoy siembra para
siempre, grabará en su memoria de brote, la razón del árbol que será.
Toda semilla es única, nunca las hay iguales. Ella lo
sabe. Algunas son redonditas y suaves, otras jaspeadas, unas duras y chatitas,
otras frágiles, de colores intensos, ásperas y opacas.
Tampoco los días serán iguales. Cada semillita
necesitará su tiempo, su porción justa de sol, de rocío. Lo sabe también. Necesitarán
además el abrazo de todas las brisas posibles, el aliento silencioso de las
nubes y el nutriente mañanero incesante y mesurado.
Sobrarán los días malos, esos hostiles y desalineados.
Pero Denise, como todas las de su tipo, tiene sus métodos, sus dotes de hada. En
silencio, día tras día y detrás de sus inmensos cristales de ver de amor, atrapa
todos, todos, los destellos de sol que caen en su encendida mirada y los guarda
allí, apretujados y amables, esperando el acecho de esos días bravos, de frío,
de vientos y gotitas. Cuando aparezcan, entonces por fin, desparramará ágil
todo aquel fulgor atesorado, cubriéndolo todo de luz, domando con fiereza cada
tempestad que amenace el cobijo de cualquiera de sus brotes. La victoria será
suya, la recompensa de todos.
Las “cultivantes” no disponen de grandes herramientas,
no cuentan con azada alguna, apropiados trajes ni buena paga. Llevan como todo
instrumento, sus manos, sus labios en canción, sus caricias y algunos saberes
atávicos que, como mantras en eco, tallarán la madera que aún no se forma, sin
otro fin que darse.
Cuando la primavera transite, el año y su temporada
llegarán a su fin y esos brotes que ya son hojas, que ya son tallos, amuchados
en recital de sonrisas y polen, aguardarán el comienzo de un nuevo ciclo, al
pulso de la próxima “cultivante”, que hará con lo que antes fue semilla y luego
tallo, ahora tronco, que hará rama, que será abrazo, que dará frutos, para
comenzar siempre y cada vez, sin otro fin que darse.