martes, 4 de julio de 2023

RETRATO DE ANGUSTIA



A pocas cuadras de casa, camino a cualquiera de las cosas que emprendo, me acechaba una escena inesperada.

Toda la vereda, el largo de dos frentes, incluso desbordando un poco el cordón, regada de lo que a simple vista parecía basura, papeles y algunos desperdicios. Al andar descubrí que se trataba de recuerdos. La vereda sembrada de fotografías y papeles que parecían cartas o notas. El primer impulso fue detenerme y observar, pero un pudor natural me lo impidió, no me rendí y decidí al menos arrastrar el paso.

Serpentee la escena con la mirada como atrapando todo lo que pudiera revelarse familiar. En una de las copias, se veían dos chicas, jóvenes, de unos veintis. Juntas, posando sin pretensiones para el fotógrafo de turno, no se distinguía mucho el contexto. Podría tratarse de un cumpleaños, ambas un poco apartadas del resto, o en un rincón de la casa de una de ellas posando una tarde de estudios, o quien sabe. No se veían como las selfies, no tenían esos colores, ni esas perspectivas ruinosas ni mucho menos las expresiones forzadas. Era una foto de las que yo mismo puedo tener. Yo mismo podía estar en esa foto. Yo tenía también ese aspecto, mi ropa pudo ser compañera de vestuario de esas ropas. Sentí tristeza. Que esa foto me resultara tan anónima y que yo lo fuera también para esas miradas expectantes, se me presentaba desolador, casi violento. Tres pasos más adelante, la otra, blanco y negro. Añosa y veraniega capturaba la sonrisa de la pequeña en la orilla espumosa de unas aguas. Arena y aquel casino icónico me ubicaban en el lugar. El tiempo era una incógnita, pero creí ver esas ropas de baño y ese resplandor inocuo en la piel en álbumes familiares, con abuelos y tíos abuelos.

Se me hizo corto el recorrido y mi destino me esperaba tres cuadras adelante. Sin embargo, pensé en la vuelta. Varias horas después haría el mismo recorrido pero esta vez más atento al tesoro. Volví expectante.

No pudo ser, no sé si fue el viento o los artesanos de la basura, habían diezmado la escena. Solo se veían montoncitos de imágenes a color, papeles y algunas ropas tan amontonadas que la teoría de figura-fondo carecía de aplicación.

Recuerdos. Lo fueron de alguien, para mí solo la huella fugaz de una felicidad ajena.

¿Quienes serían esas personas, que habrá sido de ellas? ¿Habrían decidido deshacerse de todo eso o fue el descuido de alguien?

Entendí que despojarse de todo aquello significaba también deshacerse del momento en que esos recuerdos saltan a una mesa para amontonar a todos a su alrededor y respaldar fielmente las anécdotas detrás de cada uno de ellos, de sus lugares, de sus protagonistas. Estos que me resultaron tan anónimos.

Sentí la angustia. Un impulso de querer reparar todo lo sucedido en esta escena. Juntar todo, encontrarlos, presentarme y ofrecerles esa mesa repleta de historias y carcajadas. Dejar de ser anónimos.

Y si acaso todo eso pareciera ridículo, todo eso fuera un sinsentido imposible de abordar. Si acaso efectivamente hubieran decidido deshacerse de su cofre de recuerdos, en ese caso yo tengo también mi propia mesa. Tenemos a mano nuestra propia caja repleta de tesoros, tenemos dispuesto ese amontonamiento de carcajadas que amanecen historias de todos los tiempos. Los tengo y no somos anónimos.